Aunque el término "globalización" está muy de moda, mucha gente no sabe de qué se trata. Y los que sí saben no logran llegar a un acuerdo para dar con una sola definición. Se entiende, sin embargo, que es un proceso multidimensional, no solo económico, sino también cultural, político y social que tiene como expresión más determinante la interdependencia de los mercados, permitida por las nuevas tecnologías de información y comunicación y favorecida por la liberación de dichos mercados. Además, es un fenómeno donde los acontecimientos se suceden al instante. Definiciones precisas hay muchas. La Real Academia de la Lengua dice que es "la tendencia de los mercados y de las empresas a extenderse, alcanzando una dimensión mundial que sobrepasa las fronteras nacionales". Por su parte, el Fondo Monetario Internacional la define como "el proceso de acelerada integración mundial de la economía, a través de la producción, el comercio, los flujos financieros, la difusión tecnológica, las redes de información y las corrientes culturales". Si bien se reconoce a la globalización como un fenómeno que emerge a fines del siglo XX, tiene raíces que llegan hasta el siglo XVI con el establecimiento de redes comerciales a nivel mundial entre los imperios y sus colonias. La diferencia de esta "mundialización" con la globalización es que la última es una unidad que funciona en tiempo real a escala planetaria gracias a las redes de comunicación electrónica. Hay autores, como Juan Velarde Fuentes, que ven a la globalización como una consecuencia del capitalismo, el descubrimiento de vías comerciales en todas partes del mundo, la Revolución Industrial, la formación de la Unión Europea y el fin de la Guerra Fría.
Posturas a favor y en contra
Como todo fenómeno de alcance mundial y que principalmente está inserto en los temas económicos, la globalización tiene sus puntos a favor y en contra. Entre sus ventajas están el logro de una nueva fase de la internacionalización de los mercados, que estrecha la interdependencia de empresas y naciones; el desarrollo de las comunicaciones y las redes permite que operaciones entre dos puntos lejanos del planeta ocurran en tiempo real, sin demoras y con efectos inmediatos; los dineros se mueven rápidamente y sin restricciones; hay una mayor difusión de aspectos culturales entre varios países, y pequeñas economías o pueblos aislados tienen la oportunidad de relacionarse económica y culturalmente con los países desarrollados, ampliando así sus posibilidades de crecimiento y elevando sus estándares de vida. Es decir, según sus promotores, es un sistema en que todos, países ricos y pobres, desarrollados y en vías de desarrollo, salen ganando. Desde otra óptica, esas mismas ventajas pueden verse como defectos. La inmediatez de los eventos económicos puede llevar a que la onda expansiva de los efectos de cualquier crisis financiera internacional es más amplia y puede perjudicar a mucha más gente (por ejemplo, la crisis de los mercados asiáticos de 1998). Agrupaciones anti-globalización argumentan además que este sistema aumenta la brecha económica entre los pueblos, al acentuar aún más las diferencias entre los países pobres productores de materias primas y las naciones desarrolladas (más aún, grupos económicos específicos) dueñas de la riqueza, al mismo tiempo que supone una destrucción de la ecología mundial al dejar a naciones subdesarrolladas como fuentes de recursos naturales baratos para países con alta demanda. O sea, la globalización estaría permitiendo que una pequeña élite se enriquezca a costa de todo el resto del mundo. Y desde el punto de vista cultural, se acusa a la globalización de crear una tendencia hacia la homogeneidad: se teme que las culturas locales vayan progresivamente desapareciendo y perdiendo su identidad para dar lugar a patrones de conducta extranjeros, como por ejemplo la difusión del idioma inglés o la adopción de la fiesta de Halloween. Es decir, se va camino a una unidad cultural hegemónica de predominio de Occidente en desmedro de una cultura global basada en la diversidad.
Posturas a favor y en contra
Como todo fenómeno de alcance mundial y que principalmente está inserto en los temas económicos, la globalización tiene sus puntos a favor y en contra. Entre sus ventajas están el logro de una nueva fase de la internacionalización de los mercados, que estrecha la interdependencia de empresas y naciones; el desarrollo de las comunicaciones y las redes permite que operaciones entre dos puntos lejanos del planeta ocurran en tiempo real, sin demoras y con efectos inmediatos; los dineros se mueven rápidamente y sin restricciones; hay una mayor difusión de aspectos culturales entre varios países, y pequeñas economías o pueblos aislados tienen la oportunidad de relacionarse económica y culturalmente con los países desarrollados, ampliando así sus posibilidades de crecimiento y elevando sus estándares de vida. Es decir, según sus promotores, es un sistema en que todos, países ricos y pobres, desarrollados y en vías de desarrollo, salen ganando. Desde otra óptica, esas mismas ventajas pueden verse como defectos. La inmediatez de los eventos económicos puede llevar a que la onda expansiva de los efectos de cualquier crisis financiera internacional es más amplia y puede perjudicar a mucha más gente (por ejemplo, la crisis de los mercados asiáticos de 1998). Agrupaciones anti-globalización argumentan además que este sistema aumenta la brecha económica entre los pueblos, al acentuar aún más las diferencias entre los países pobres productores de materias primas y las naciones desarrolladas (más aún, grupos económicos específicos) dueñas de la riqueza, al mismo tiempo que supone una destrucción de la ecología mundial al dejar a naciones subdesarrolladas como fuentes de recursos naturales baratos para países con alta demanda. O sea, la globalización estaría permitiendo que una pequeña élite se enriquezca a costa de todo el resto del mundo. Y desde el punto de vista cultural, se acusa a la globalización de crear una tendencia hacia la homogeneidad: se teme que las culturas locales vayan progresivamente desapareciendo y perdiendo su identidad para dar lugar a patrones de conducta extranjeros, como por ejemplo la difusión del idioma inglés o la adopción de la fiesta de Halloween. Es decir, se va camino a una unidad cultural hegemónica de predominio de Occidente en desmedro de una cultura global basada en la diversidad.